domingo, 17 de octubre de 2010

Debilidad


Es curioso como la palabra “omnipotente” se parece tanto a la palabra “impotente”. Aunque las dos, por cuestiones semióticas y semánticas, permanezcan encerradas en su pequeño universo, su sentido puede ser vapuleado adrede y con facilidad por cualquier alma inquieta que se dedique durante algunos pocos segundos al día a cuestionarlas. Y ese detalle será el pilar a la hora de recordar en primer término a célebres humanos que dieron total rienda suelta al peor de sus enanos fachistas. Hitler, Sadam, Georgie, Osama…lo mas fácil del mundo sería hablar de ellos.
Pero hay otros enanos que se desplazaron y se desplazan a su antojo por el jardín de la soberbia. Anónimos y no tanto disfrazados de comandantes de a bordo, de almas desinteresadas y solidarias, de patrones o editores que dilatan. “Marcar la diferencia”, hasta el cansancio, ese es su objetivo, aprovechar las grietas que provoca la inevitable desigualdad. Pueden querer manejar objetos, dinero, tiempo, cuestiones filosóficas. Y aunque se mareen en la altura y tarde o temprano (la Historia ha demostrado la obviedad) caigan como focas golosas al antojo de los vaivenes del destino, que quede bien claro que ellos/as ( es lo que se supone que suponen) siempre estarán varios peldaños arriba del que quiere agachar la cabeza para hacerles caso. E incluso arriba del colgado que no presta atención y le da lo mismo perder ese tiempo de su trabajo, tesoro que se diluye entre las manos de estos individuos y que le pertenece, a fin de cuentas, a él solo. Plusvalía, en el caso de las acciones regaladas, mal asimilada, poco estudiada o cuestionada. Comodidad?
La impotencia de no poder lograr lo que uno quiere y transmitirla a un supuesto subordinado con amenazas veladas o sutilezas trilladas demuestran otro defecto humano aún mas grande todavía, un defecto que al mirarse sin ganas al espejo lleva puestos todos los signos de la cobardía.

domingo, 3 de octubre de 2010

Rhodesia


Pocas cosas en esta vida de traqueteos incesantes me recuerdan tanto a mi infancia como ese rectángulo cubierto de chocolate negro. O marrón, mejor dicho. Marrón como la piel de la gente del país del mismo nombre que la golosina, hoy Zambia y Zimbawe, lugares que en mí época de periodista free lance tuve la oportunidad de conocer. Recuerdo aquel otoño de baja temporada turística que salíamos de safari en el medio de una oscura y fría madrugada para encontrarnos apenas clareaba con animales aburridos de ver siempre lo mismo : humanos armados hasta los dientes con filmadoras y cámaras de fotos. África. Pero este es un dato aparte que tocaré tal vez mas tarde, en algún otro post. Lo que recuerdo e importa ahora es una infancia ya lejana que siempre, es inevitable, acorta las distancias con el presente apenas siento el sabor divino embelesando mi paladar. Un paladar que cada día que pasa, todo hay que decirlo, se empeña en ser un poco mas exigente. Así y todo esa masa pastosa y leve de limón con chocolate que apenas un segundo atrás era crujiente, funciona como una brújula en mi estómago, aunque me ponga impaciente y lo tilde de torpe. Allí dentro me dice que el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos. Ok, eso lo sabemos todos. Pero ella sigue igual, diciéndome también lo mismo que me decía a los ocho , a los quince, a los veinte años, marcando siempre una dirección que señala que la vida es una sola y mientras mas amable y sencilla mejor.
Pienso que pasaría si tuviese que hacer un viaje por encargo a , pongámosle, y ya que puedo elegir, la Polinesia y en el medio del trayecto debido a un incendio o a, que se yo, una amenaza de bomba ejecutada a los gritos por un terrorista pakistaní no me quedase otro remedio que abandonar (en el medio del Pacífico, ya localizada la isla desierta, mi futuro hogar) la nave con urgencia debido a la excusa que ustedes quieran imaginar. Visualizo al capitán diciéndome( suponiendo que viaje en Aerolíneas Argentinas, aunque lo dudo) : “ Flaco, mirá, la cosa es así: te puedo dar agua y un solo alimento para dos días, tenés que elegir cual querés”. Preguntaría y al escuchar una de las respuestas me alegraría, sería un gran consuelo en medio de todo el pandemonium. Momentos mas tarde, en el aire, rogando que por favor se abra el paracaídas, sostendría con una mano un bidón de agua y con la otra, orgulloso y sin que me tiemble un dedo, yes, adivinaron, una caja llena de Rhodesias.