domingo, 5 de agosto de 2012

Los 80. Fragmentos (1)


Mientras observo una maravilla visual que podría entrar en la categoría de “comida animada” me acuerdo que eso, de manera parecida y hace décadas, lo hizo Peter Gabriel con el clip de la plastilina, probablemente inspirado en Arcimboldo. Todo vuelve pero el gran punto de partida( mi oráculo y su graduación) fue a comienzos de los 80, años raros que venían de los 70, que venían de los 60 y éstos de la prehistoria, ok. Un videoclip, con sus satélites, representaba una gran ventana hacia el mundo para un adolescente curioso de capital latinoamericana. Por eso acuérdense de la historia de amor noruego dibujada por A-ha, de la barba gorda de Pettinato en el siete, de la “Pelo” sin Pimpinela de fondo. Todo estaba sucediendo, otra vez, pero allí. Aquel que superase la tonta nostalgia de no haber pertenecido a los 60 o de no haber sido iluminado por los focos del planeta de ese entonces, podía darse cuenta que "todo" estaba en la entrada de Medio Mundo, o enfrente, en aquel otro templo que era La Verdulería, o muy cerca, en el Rojas, o a pocos pesos de taxi , en Paladium, pleno microcentro. Mi cábala durante años al entrar a aquella nave espacial fue una remera negra que decía, letras rojas y desprolijas, “Bela Lugosi is not dead”. La primavera alfonsinista y sus turbulencias se extendieron durante años como una sombra alegre por la ciudad. Un viento refrescante que teñía todo con colores sombríos o fosforescentes, colores que pintaban el día a día. Por ejemplo: lo que mi abuela pensase sobre Flashdance o los pasitos yeah de Michael (Jackson, claro) tenía el mismo significado ( con su rigor simbólico y emotivo, aunque éstos también puedan fundirse, obvio) que la opinión de mi primera novia sobre los tempranos compactos de Bukowski, con traducción de Anagrama. Colores que , por supuesto, también abarcaban los fines de semana : emblemas como las zapatillas Flecha teñidas con anilina Colibrí, o los campana con firuletes de Friends (aquellos lompas infernales, envidia declarada de Oxford Street) tenían el mismísimo valor que el vhs de “Mujeres al borde…” ( visto estratégicamente un domingo porteño a las siete de la tarde, momento ideal y constatado por todos los suicidas de la ciudad) o el resultado del siguiente domingo en La Bombonera que, no está demás decirlo, poco tiempo atrás había tenido al mismísimo Dios vistiendo su camiseta número diez.

Escuché los vientos de la banda de James Brown y decidí que quería tocar el saxo. Tenía quince años cuando soplé por primera vez y, con mas o menos suerte, todavía lo sigo haciendo. Pero permitanme decirles que, para los puristas ochentosos, James Brown todavía no era un clásico sino mas bien una presencia simpática que pertenecía a los setenta, aunque The Minister of the New Super-Heavy Funk, en los ochenta, antes de ir a la carcel, grabase nueve discos, a los que luego se sumaron las compilaciones.

En los últimos años del colegio secundario me encontré con gente interesante, tan devota de Pink Floyd como yo, e incluso un poco mas. Los amaneceres con mis amigos de aquellos años comenzaron a ser diferentes a los que conocía , no muchos, pero los suficientes como para saber apreciar que aquel momento del día era total y absolutamente mágico. En Buenos Aires, en el río, en la playa, en algunos pueblos uruguayos y ciudades brasileras a las que iba de vacaciones, los ochenta, y en dosis elevadas toda su música, siempre aparecían como cortina de fondo o figura principal apenas asomaba el Astro Rey. Me acuerdo una alborada charrúa buceando en mi walkman la tonta, dulce y maravillosa nostalgia, todavía cercana, de Meddle y Atom Heart Mother. Me acuerdo de un día nublado y caluroso en una playa carioca, dentro del agua, sentir allí, muy presente, el fantasma de Sir master Bob Marley. Yo había nacido en "esa" década y me costaba darle la espalda, mera cuestión de identidades muy primarias. Pero entonces los 80 irrumpían con U2, The Cure, Joy Division, Os Paralamas, Ritchie( si, el empalagoso de Menina Veneno) con los últimos ecos de un Lennon solista o los bolicheros del conurbano bonaerense en donde se escuchaban los pañales del tecno. O con toda la amplia legión de compatriotas entre los que hoy acuden a mi memoria Sumo, Virus, los Cadillacs y los Abuelos de la Nada. Y Vox Dei, claro, que en aquel momento era escuchada, curiosamente, como “banda nostálgica”. A los Abuelos los ví con principio de acné en un teatro de Mar del Plata; a la salida del show Bazterrica nos dio la mano a mi hermano y a mí. A los Cadillacs los ví enfrente de ATC, en aquel show que terminó con la poli corriendo a la gente que bailaba en el agua turbia ( y tibia) que separaba al escenario. A Luca no me acuerdo si lo ví, pero aparece ante mi la imagen de Los Twist tocando su primer disco en Barrancas y, en el medio de aquel gran recital, los escupitajos virulentos con los panes de pasto que volaron al unísono durante casi media hora.

Pienso en los disfraces y las vestimentas, uniformes de identificación y batalla que llegaban a la apoteosis de la asimilación al darse cuenta que estaban en la cresta de la ola de una época, para de inmediato perder el equilibrio y procesar todo a la velocidad del vértigo que hay en el rasguño de un gato. ¿Y yo porqué me lavo las manos ante todo esto?, ¿solo soy inocente porque me negué a imitar aquel peinado de coiffeur del Once con torino cupé que gustaban lucir los de Soda?, ¿o porque casi nunca usé hombreras? Por bailar todas las de Siouxie y las de Cindy Lauper en Cap Manuel, me recordarán aquellos compañeros de ruta. A mediados de los 80 la Avenida Santa Fé, por citar a una entre tantas otras, los días de semana, a ciertas horas de la madrugada, parecía un desfile de murciélagos maquillados y melancólicos que recién entonces se atrevían a salir de sus cuevas para encontrarse con sus semejantes. Los emos actuales son unos ositos de peluche bañados en caramelo y azúcar impalpable con miel si se los compara con aquellos extrañísimos New Romantics, como gustaban denominarse entre ellos, una versión mas oscura, pero también mucho mas pacífica, de los mods de Gran Bretaña. Y con otros hábitos horarios. Varios años mas tarde me encontré con uno de estos personajes deambulando en un show de Divididos. Era la misma persona. Algo parecido sentí la otra vez a la madrugada. Después de trabajar me puse a ver la tele y ahí estaban Mollo y compañía, rompiéndola en un recital con pocos meses de antigüedad que representaba, probablemente sin quererlo, la actualidad de los 80.