Hace poco mas de diez años una amiga me dijo :
- Tené cuidado con los que se las tiran de “espirituales” porque son los peores.
Un poco sorprendido, quise tantear hasta donde llegaba la vehemencia de tal aseveración. Entonces pregunté :
- ¿Peores que Hitler?
-Son mas o menos lo mismo, la diferencia está en que la mayoría de éstos no extermina porque no quiere ir en cana. Y digo la mayoría porque algunos no aguantan y así terminan, acordate lo que pasó en Guyana, allá en el 78.
El ejemplo, aunque lejano en el tiempo, era concreto, atroz. De este modo no me quedó otro remedio que confiar a regañadientes en la palabra de mi amiga quien, en aquel entonces y hasta el día de la fecha, por una mera cuestión utilitaria y de supervivencia, tuvo y tiene un trato intenso con estos personajes. Aquel día me contó, muy seria, que había conocido a uno de esos “discípulos” de Sai Baba. Un tipo que cuando la visitaba a ella era José Buena Onda, pero que al llegar todos los días a su casa, previa escalada de gritos e insultos, se transformaba en un monstruo que le pegaba con el puño cerrado a su mujer y a sus hijos. El fulano terminó preso y su familia, temerosa, con paradero desconocido. Me contó de otro, que ya bordeaba los cincuenta años, un vago que mas allá de meditar y de leer libros relacionados con su inactividad, no hacía otra cosa mas que robarle dinero a su madre, ya anciana y poseedora de una jubilación exigua que la ayudaba a mantener su casa, su salud y al chorro inútil que todavía vivía con ella. Me contó varias cosas mas que me dejaron boquiabierto durante unas cuantas horas. No es que yo, en aquella época, me vistiese con trapos naranjas y saliese a pedir limosnas en los semáforos al grito lamentable de “hare, hare krishna” con la cabeza afeitada con una prestobarba, pero confieso que aún sentía afinidad con varias doctrinas milenarias de Oriente, o con una manera de aislarse ( ingenuamente, comprendí poco después) de cierta violencia urbana intrínseca a todas las grandes ciudades, en este caso estoy hablando de Buenos Aires.
A lo largo de mi vida , como le ha sucedido a tantos otros y otras, he conocido o me he enterado de la existencia de gente de toda calaña pero, después de aquella sentencia emitida con tanta decepción por mi amiga, decidí prestarle cada vez mas atención a estos “espirituales”. Así las cosas, transitados estos últimos diez años, me queda el sabor amargo de darle la razón ya que todos o casi todos ellos terminaron, mas temprano que tarde, mostrando la hilacha : violentos, traidores, pedófilos, explotadores, acomplejados, egocéntricos hasta el ridículo, caprichosos, mitómanos, dictadores soberbios, personajes con una imaginación limitadísima o mas papistas que el Papa, demás está decir que estos “ señores ”, en pleno 2012, todavía se creen superiores a cualquier Dios ya que ellos, especulan luego de una pésima interpretación ontológica, cuentan con la ventaja de estar vivos y ser visibles mientras su kioskito con destellos de plástico vende la portación de un mensaje de paz, de amor, de una luz que al fin y al cabo termina siendo tan débil como la de las sombras oscuras que proyectan ellos mismos cuando asoma la debacle y comienzan a ser descubiertos . Valgan algunos ejemplos tomados a mi azar, no tan azaroso. Recuerdo sin nostalgia que durante mi larguísimo exilio europeo, mientras hacía los mil y un malabares para llevar una existencia austera pero digna, me topé con el director de una importante revista que vendía todo el combo : vida sana, “paz y amor”, ecología, luces “superiores”, tarot, cartas astrales, danzaterapia, magia, mantras, fitoterapia, energías, horticultura, yoga, flores de Bach, meditación, chacras, tai chi chuan, masajes, lectura de la palma de la mano, de la borra del café, del culo de un perro, incisos sobre espiritismo, exorcismo, en fin, todas esas cosas. No es que me importasen demasiado la mayoría de los “universos” que allí promulgaban pero, bueno, en fin, ustedes comprenderán que necesitaba el dinero para vivir. Arreglé en su momento con este “señor” un viaje a una zona de gran interés ecológico que quedaba en la frontera con Valencia. Yo tenía que escribir y hacer un extenso reportaje fotográfico del lugar. Pasé allí casi una semana, me comprometí con gente que fue muy amable conmigo, volví a mi casa, me llevó varios días y alguna noche entera terminar la nota, pagué de mi bolsillo el revelado, el enmarcado y el plastificado de las diapositivas ( lo digital recién empezaba a hacer furor en el viejo mundo y a mí me costaba desprenderme de mis analógicas Nikon) entregué el material antes de lo pautado, el “señor” quedó encantado con el texto y las imágenes y me dijo que saldrían publicadas en el próximo número. Pero, por alguna extraña razón, tardó mas de un año y medio en pagarme lo que me correspondía por mi trabajo. No se si hace falta aclarar que también, por algún caprichito que al día de hoy desconozco, sin ningún tipo de explicación y utilizando mes tras mes como caballito de batalla a la cobarde, acomplejada, histérica y silenciosa dilación, el reportaje jamás fue publicado. No mucho mas tarde me enteré que al tipejo lo echaron de la editorial y yo festejé solito el acontecimiento en una playa nocturna del Mediterráneo, bajándome con pocos pero refrescantes tragos una botella entera de burbujeante champagne. Al volver a la Argentina me decepcioné otra vez con otros “espirituales” que en su momento se habían ido hasta el otro lado del mundo para ver y sentir “La Luz”, personajes que volvieron a las pocas semanas al país, encendieron velitas aromáticas, comieron durante los primeros días arroz integral y semillas de sésamo, se sentaron en posición de loto, entonaron mantras y, con los meses, terminaron de afirmarse como unos psicópatas desquiciados con un orgullo duro como el osmio a los que había que acercarse con muchísimo cuidado. Me relacioné con gente que parecía empapada de vitalidad y alegría, de sabiduría y de luz infinita, pero que ante la mínima objeción o el mínimo replanteo que alguno o alguna le hacía a su acalambrado ego, sacaban a relucir lo peor, y supongo que lo mas natural de sí mismos, seres humanos tan parecidos a un barrabrava borracho, frustrado y enojado porque su equipo de la primera C cae inapelablemente al descenso. Me decepcioné mucho con gente que parecía “especial”, “elegida”, “ trascendental ” pero que, a la vuelta de la esquina, bajo esas caretas cualquiera se encontraba con párvulos cizañeros y endebles . Lo mismo me sucedió con profesorzuelos viejos de todas esas yerbas que todavía viven (y supongo que así morirán) en el extremo mas oligofrénico de la edad del pavo. O con gente que parecía tan leve pero terminó siendo mas densa que una tonelada de mierda.
Hoy vivo en una zona en donde todo ese chamuyo sigue, en algunos focos aislados, mas o menos vigente, como si un montón de Sidarthas mentirosos del subdesarrollo acabasen de salir sucios y famélicos del bosque, un bosque invernal en donde las hojas mas fuertes y verdaderas ya cayeron hace rato bajo la inexorable tempestad. El chamuyo, es muy curioso, todavía vende porque tiene a ciertos compradores ingenuos con pocas ganas de hacer por su propia cuenta una profunda instrospección, algún día un mea culpa, una autocrítica que los libere por un momento de su omnipotencia titubeante que, al fin y al cabo, es impotencia. Yo he crecido, he viajado, he leído y sobre todo he vivido, y a todo eso se ha adherido con el tiempo cierta gracia a mi insolencia , acompañada de una gran incredulidad que me señala que lo verdaderamente espiritual, y esencial, está en el sonido afable que emiten algunos animales, o el viento, o un bebé recién nacido, en los ancianos enfermos o indefensos, en los miles de matices que regala todo el tiempo y a cada paso la Naturaleza. O en los últimos cartuchos, ya lo he dicho hace poco, que quedan del Divino Pink Floyd. ¿Pero entonces que guardo de lo que algún día supo ocupar en mi cerebro y mi alma el “casillero espiritual” ? La verdad es que no lo sé muy bien. A veces me emociono cuando estoy entre los barrios de Buenos Aires y veo a ese hervidero de desempleados con el lomo roto o trabajadores explotados que madrugan para pedirle pan o mas trabajo a San Cayetano.O tengo cerca una madera con la imagen de la virgen que me regaló mi abuela antes de partir al cielo en el que ella tanto creía. A veces, si es que me queda alguno, prendo un incienso después de cocinarme un bife a la plancha. Y todavía tengo ganas de ir a la India para poder comer comida picante , bañarme en el Ganges, terminar ese periplo en las Islas Maldivas, en alguno de esos mega hoteles a la vera del Océano, durmiendo con el rumor espiritual de las olas mientras sueño con la pequeña imagen de Buda que todavía conservo con cierto orgullo en uno de los estantes de mi biblioteca.