martes, 21 de septiembre de 2010

Brote


Y aunque me vuelva a sentir como un clon de Vivaldi al rendirle pleitesía a cada una de las cuatro estaciones, confío sin necesidad de tener que bucear demasiado en mi inconsciente que todo es parte de un juego, el medio para llegar a un fin. En este caso seguir a rajatabla el manual imaginario del buen blogger que señala que ante todo está la bitácora. Mas tarde, al pasar revista, acudiré con un paso mas allá de la mera observación, veré parte de la obra ordenada. Tal vez me sorprenda. Tal vez no. Supongo que si.
Este dibujo fue hecho hace aproximadamente un año, en Buenos Aires, un día satélite al de la primavera.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Costa


A orillas del mar un beso bajo el muelle me podrá condenar a cierta melancolía cuando vea la foto de ese momento dentro de algunos años. O tal vez me dé un buen motivo de alegría cuando despierte torcido alguna mañana con pocas horas de sueño encima. Como antídoto escucho a la vuelta del viaje las mejores canciones italianas, esas que al principio me causaron gracia y apenas mas tarde fueron motivo de un tibio escalofrío. Giacobbe, la Caselli, ellos tal vez sepan que en las sierras alguien, al escucharlos, se acuerda de un festejo cercano en las costas invernales del Atlántico.
Imaginamos en el camino a un boliviano fanático del lenguado cuya causa de insomnio una noche es la de no saber en donde comprar al día siguiente granos de mostaza para realzar el sabor del pescao mentado. O debatimos acerca de como destacaría algún amanecer en la arena la humilde imponencia de la casa de Clorindo Testa en Valeria. Pensamos en la palabra “sublime” mientras pedaleamos un mediodía por las playas infinitas, inmensas, vacías. O vemos una tarde fría cuatro torres en una plaza casi abandonada al costado de la Avenida la Plata , allí, donde se respira la Latinoamérica intensa, a pocos pasos de eso que algunos llaman parte del glamour argentino.
En cinco días pueden pasar muchas cosas pero los mejores momentos curiosamente son cuando se supone que no pasa nada. Dejo de preguntarme que pasaría si de repente todo se cubriese de nieve cuando opto por distraer los sentidos con el sabor de una manzana y el rumor de las olas. Veo una cara triste que sufre la soledad. Contemplo con cierta reverencia y ganas de tertulia literaria la puerta de entrada del viejo Hotel Ostende, me detengo también ante una pileta llena de agua sucia, mal abrigada por la sombra raquítica de una palmera. Mas tarde me dan la mano y respiramos juntos en la oscuridad. En parte gracias a esto, supongo, nos sorprendemos gratamente con mas de una sincronía y decidimos que el año que viene, sin lugar a muchas dudas, nos toca Uruguay.